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El estadio Lusail fue testigo de un hito para la posteridad. La euforia nunca dio espacio para el análisis, mucho menos para quienes esperábamos una noche así. Al final fue real. Messi fue campeón del mundo, y con el, dieciséis días sin conciencia.

Millones de argentinos tuvieron que esperar 36 años para ser testigos de un sueño.

He de confesar que fui manifestando en lo años previos el poder presenciar una noche así, pero primero se debía de dar. Ya no dependía de mi aunque lo soñara constantemente. El seleccionado argentino llegó a Doha a disputar la copa del mundo con el cartel y las luces encima como el gran favorito. Y el primer partido fue una caída sin protección; las dudas se hicieron latentes, el capitán argentino intentó apagar la llamarada de preocupaciones advirtiendo que «este grupo no los abandonará», y cuanta razón tuvo Messi, los dirigidos por Scaloni salieron a comerse a México. Un remate de pierna zurda en las inmediaciones del área dejó caer un piano de cola de las espaldas de un seleccionado relativamente joven.

Durante dos semanas fui pensando en como todo se fue convirtiendo en una pelicula de ciencia ficción. Tantos fuimos los viudos de la falta de Giovanni Lo Celso que no nos dimos cuenta de otro atenuante: Alexis Macallister. Ya se, luego hablaré de Enzo Fernández , pero es menester nombrar al nacido en la Pampa. El mejor socio de todo el equipo, no solo de Messi, sino de un conglomerado que fue cambiando sus fichas a medida que pasaban las batallas.

Lionel Scaloni no escatimo en dejar a un lado a Leandro Paredes o a Lautaro Martínez, quienes fueron sus mayores argumentos durante los últimos dos años y medio, y fue ahí en donde encontró, entre otras piezas, al volante del Brigthon. También pensé en que Alexis, con solo 23 años, jugó una final del mundo como si se tratase de un picado en la cancha de barrio.

Dieciséis días sin conciencia son los que hemos pasado de una euforia desbordada a solo contemplar imágenes de una tarde noche mágica en Catar. Da igual si estuvimos en casa viéndolo a miles de kilómetros de distancia, pero sufrimos igual la atajada en el último minuto del ‘Dibu’ Martínez contra Australia, o cuando Messi metió aquel pase antológico para que Nahuel Molina la mandara a descansar en la red; el empate holandés fue de taquicardia continua, de comernos las uñas, de rezar en los penales, de asustarnos con el fallo de Enzo en los penales pero con la convicción de que el cancerbero más polémico de los últimos años iba a aparecer.

Dieciséis días han sido suficientes en cierta medida para entender la rutina de lo extraordinario. Ver a Messi y modric en una semifinal fue fantasía, la hinchada argentina aplaudió a una leyenda activa de este deporte, reconocimiento. Mucho se habló de la forma de ganar de los albicelestes luego del picante cruce ante los neerlandeses, maneras de vivirlo. La semifinal fue consagratorio para otro «nene», quien fue artífice de 4 goles durante el trayecto. La araña más venenosa y por ende, de mayor peligro se llama Julián Álvarez.

Solo dos jugadores argentinos hicieron un gol iniciando desde su propio campo en la historia de los mundiales: Diego Maradona y Julián. El ex River fue vital, al igual que Enzo y Alexis, en darle esa cuota de desparpajo a un equipo que se fue reponiendo de los tropiezos hasta plantarse en la final del 18. Del otro lado, un gigante que seguía marcando el camino. Con una tortuga de la velocidad de un Ferrari, con un Griezmann inspirado y una Francia con varias bajas importantes pero igual de sagaz para afrontar una nueva cita orbital.

Dieciséis días pensando en un encuentro legendario. Ninguno imagino algo igual, lo aseguro. Nadie imaginaba ni en sus mejores sueños un baile grosero. En 70 minutos el que hasta ese momento era el campeón del mundo, no había compadecido en el partido. El gol de penal de Messi nos hizo saltar de las sillas por primera vez en ese día. Scaloni marcaría el camino minutos despúes.

Uno de los jugadores más infravalorados de los últimos tiempos.

Le dijo a Julián que presionara la salida de Upamecano, el pase de primera de Macallister para el capitán, que de espaldas le da una cahetada al balón para el ‘9’ albiceleste, luego el toque de primera para que Alexis, sin levantar la cabeza, supiera donde ponerla. Del otro lado estaba el que siempre aparece en las grandes citas, corriendo solo, a la espalda de un distraído; el ángel de las finales, ya lo hizo en el Maracaná y en Wembley. En los juegos olímpicos 14 años atrás la picó frente a Nigeria, y hace 16 días lo hizo de nuevo. Si querés disputar una final, llama siempre a Ángel Di Maria.

Tampoco nadie nos dijo que la gloria no se iba a conseguir fácil esa tarde noche de Doha. Porque Mbappe mostró ser un grande de verdad, partiendo en dos una final que se convertía de infarto, de muerte lenta. Dos goles en 3 minutos noquearon al seleccionado argentino, sin saber, que la recompensa vendría después. Luego de dieciséis días, supimos entender tanto sufrimiento. El alargue fue candela, como nos gustan las finales. Sin duda, esta fue la mejor de todos los tiempos.

Messi y Mbappé siguieron con su lucha particular, el francés ganaría la partida con su hat-trick, algo nunca visto desde hace 56 años. El 3-3 final nos llevó a un socavón tenebroso: los penales. ‘Dibu’ y Lloris, astros del pórtico mano a mano por el titulo, y al final, el de Mar del Plata fue quien se salió con la suya. Empezaron los bailes. Pero fue Gonzalo Montiel quien destapó el champan para celebrar.

No somos consientes todavía de lo que pasó hace dieciséis días por una sencilla razón: sigue siendo un sueño. Me acuerdo que en las notas del celular fui escribiendo con el paso del mundial aquel anhelo. Lionel Messi fue campeón del mundo. Y precisamente por no ser argentino quise que el país «gaucho» fuera el nuevo monarca del fútbol mundial, por tener al más grande de todos los tiempos. En el instante en que el capitán alzó la copa, se acabaron los debates, los calificativos y simplemente el aficionado del fútbol gozó… o bueno, hay quienes están guardados en la cueva.

Dieciséis días después, seguimos siendo inconscientes de una hazaña. La tercera se quedó en Sudamérica, la ilusión de creernos mejores volvió, pero sobre todo, dejó una lección importante: no descansar hasta conseguir el objetivo. Dieciséis años y cinco mundiales encima se hicieron largos para un futbolista de 10 puntos, el mejor de todos, tampoco somos consientes de eso. Diego lo estará viendo, gozando, porque otro grande se sumó a la fiesta.

Aquella tarde noche de Doha fue el mejor día de nuestras vidas en materia deportiva. Y sin ser argentino, más bien con un gusto imponente por la salsa y no por la cumbia, por que nunca cebé un mate ni mucho menos se de tango ni de San Martín, fui igual de feliz. Dieciséis días después, muchos también gritamos: !Campeones del Mundo¡

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