Deportivo Cali: Los Años de Penitencia

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Dicen que solo cuando se seca la laguna, nos damos cuenta quienes estaban nadando desnudos. No hay mejor metáfora para este club centenario que hoy, después de lustros y lustros de pésima gestión deportiva, se hunde desnudo, casi moribundo, en el fundo de un lago que años de nefastos quehaceres dirigenciales han sabido resecar hasta la última gota.

Algunos de los responsables de este colapso monumental aguardan callados entretanto el equipo profesional completa su tercer torneo consecutivo en el fondo de la tabla de posiciones. Mientras el Cali continúa sellando su oscuro camino hacia el abismo, Juan Fernando Mejía, recordado por habernos endeudado más allá de nuestras capacidades patrimoniales y de haber malgastado dichos préstamos en jugadores y entrenadores de peor calaña que la suya, brilla por su anonimato. El verdiblanco que se juega la supervivencia y el bellaco que viatica y viaja a los partidos de la Selección por cuenta de la Federación; injusticias que solo ocurren en este país de amaños y trampas.

Pero este colapso moral, futbolístico y económico no es nuevo. Un diagnóstico más profundo de las causas de esta aparatosa caída por el despeñadero debería comenzar con el liderazgo político y administrativo que se siguió del último periodo de Humberto Arias. Personalmente creo que el Deportivo Cali comenzó a morir un poco con la enfermedad de don Humberto. El recambio dirigencial que en su época era crítico con el liderazgo de Arias solo nos ha dejado como enseñanza que heredar negocios familiares no hace grandes empresarios, y que apellidos apetecidos en clubes sociales son absolutamente inocuos para la pelota.

La crisis nos ha dejado ver todos los males que padecíamos desde hace mucho. Una cantera ineficiente, cooptada, con permiso de los directivos, por intereses diametralmente distintos a los del club, un cuerpo asociado reducido, acrítico, incapaz de exigir cambios y de ponderarlos por sobre las amistades con los dirigentes, y, lo más trascendente, una seguidilla de líderes ejecutivos que nunca terminaron por consolidar un proyecto deportivo serio, ni una gestión responsable de los recursos materiales y humanos, para hacer perdurable en el tiempo el modelo social y deportivo del azucarero. En la mitad, un par de títulos profesionales que no lograron enderezar este penumbroso destino.

Producto de esta irresponsabilidad compartida no solo por Mejía, sino por otros que lo antecedieron, y que deberán ser llamados a rendir cuentas, nos encontramos hoy, en el año más importante del presente siglo, jugándonos la permanencia en la primera división con un plantel corto, limitado física y técnicamente, y duramente presionado por todos nosotros. Aún más difícil será soñar con refuerzos de nómina para un club que no puede siquiera llegar a fin de mes con sus obligaciones actuales.

La suerte parece sellada, y, salvo intervención de la Providencia, los venideros serán nuestros años de penitencia.

Escrito en el piedemonte de los farallones

Gustavo Caicedo Hinojos.  

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